Grabado de José Guadalupe Posada
Dicen que van a asustarme llevándome a tu presencia
si estas durmiendo en mi vida
es natural si despiertas.
Viene la muerte, Corrido.
Y así cómo este corrido, hay muchas canciones populares mexicanas que hablan de la tilica flaca, como son: “la calaca”, “la llorona”, “tumbas, tumbas, tumbas”, “la canción de las calaveras”, “la reyna del inframundo”*, entre otras cuyas letras poéticas, al igual que las famosas calaveras, en la mayor parte de los casos la retan sin miedo y con insolencia, esto se debe a la ideología que se tiene sobre que la muerte no nos puede alcanzar mientras haya alguien que nos conmemore y recuerde.
Pues si bien esta engalanada señora, no es bien recibida, se le ve con familiaridad teniendo gran presencia dentro del folclore mexicana, pueden encontrársele en juguetes, artículos decorativos, dulces y repostería, no sólo por el tradicional pan de muerto, si no que incluso se elabora pan en forma de tumbas.
Dentro del culto a la muerte en México y parte de Hispanoamérica existe un choque cultural, por un lado se tiene al legado indígena en el que “la muerte representa el tránsito a una nueva vida, donde el muerto se transforma en Dios… La muerte así representa la inmortalidad de la vida en una constante resurrección” (Garza de Koniecki C., 1968).
Muestra de ello son los poemas de Nezahualcóyotl, como el que se llama en el interior del cielo:
¿a dónde en verdad iremos?
Mal hacemos las cosas, oh amigo.
Por ello no así te aflijas,
Eso nos enferma, nos causa la muerte.
Esforzáos, todos tendremos que ir
A la región del misterio.
Hoy en día, alrededor de 41 grupos indígenas en México entre los cuales se encuentran los amuzgos, atzincas, coras, cuicatecos, chatinos, chichimecas-jonaz, chinantecos, chocho-popolocas, choles, chontales de Oaxaca y Tabasco, huastecos o teneek, huaves, huicholes, ixcatecos, ixiles, jacaltecos, matlatzincas, mayas, lacandones, mayos, mazahuas, mazatecos, mixes, mixtecos, motozintlecos, nahuas, pames, popolucas, purepechas, tepehuas, tepehuanos, tlapanecos, tojolabales, totonacas, triques, tzeltales, tzotziles, yaquis, zapotecos y zoques, sostienen rituales asociados a la muerte, los cuales son muy diversos entre la distintas etnias, así mientras los nahuas reciben a sus muertos con un gran carnaval lleno de luz y color, los chontales de Tabasco prefieren participar en ritos domésticos de manera íntima y familiar.
Por otra parte se encuentra la herencia cristiana que nos dejaron los conquistadores europeos, en el caso de México, los españoles, en la que el hombre “toda la vida se prepara para ese instante supremo y el temor a la muerte está siempre presente” (Garza de Koniecki C., 1968). El encuentro de estos dos mundos ha enriquecido en gran medida esta celebración.
Coatlicue, Diosa azteca de la vida y la muerte
Aun así en nuestro país existe una mayor inclinación hacia la tradición indígena, pues de acuerdo a la religión católica el 1 de noviembre es el día de todos los santos, día en que se celebra a aquellos que no se encuentran en el calendario santoral y el 2 de noviembre el día de los santos difuntos es cuando se celebra a todos los feligreses que han muerto y son acogidos por la iglesia, mientras que nosotros reservamos el día 1 para los muertos chiquitos o niños fallecidos y el 2 para los adultos o muertos grandes. Existen también otras variantes en ciertas regiones donde el 29 de octubre es para los matados, es decir los fallecidos en accidentes y el 30 de octubre llegan las almas de los limbos, es decir aquellos niños que murieron sin ser bautizados; pues esta distinción de las celebraciones coincide con los rituales nahua donde se llevaban a cabo dos celebraciones Miccailhuitontli o Fiesta de los Muertecitos, que se conmemoraba en el noveno mes del Tonalámatl (calendario Azteca compuesto por 18 meses) , equivale al mes de agosto del año cristiano; y el Hueymicáilhuitl la Fiesta Grande de los Muertos, celebrada el décimo mes del año… en las que realizaban ofrendas, oblaciones y sacrificios” (Mendoza J.,2007).
Estos rituales surgen de la creencia de que al morir la persona llega al reino de Mictlán, dónde debe permanecer un tiempo antes de ir al cielo o Tlalocan, por lo que los difuntos “requerían de comida y agua para el camino; veladoras para
alumbrarse; monedas para pagar al balsero que los cruza por el río,
antes de llegar a Mictlán y un palo espinoso para ahuyentar al diablo, todo esto se colocaba en los altares y las tumbas” (Rubio C., 2006).
Durante la época de la conquista dejaron de hacer esto en mes de agosto y empezaron a festejar el día de los muertecitos, en el día de todos los santos y la Fiesta Grande de los Muertos, el día de los santos difuntos, dejando semillas, dinero, cacao, frutas, aves y comida a modo de ofrenda; para disfrazar estas celebraciones y no ser reprimidos por la Iglesia.
Cabe señalar que aun así había quienes a principios de la conquista seguían celebrando dichas fiestas tal cual, no conformándose el 1 de noviembre con llevar ofrendas de comida como atole, pan de dulce, chocolate, leche depositados en jarros y ollas a la montaña Acoconetla (significa niños de agua) al Dios Tláloc, si no que también sacrificaban niños.
Por eso no es posible decir que se trata de una tradición totalmente indígena, ya que gracias a la fusión de ambas ideologías es que ya nos e realizan sacrificios humanos, el día de muertos conserva elementos tanto prehispánicos como cristianos.
*Nota: Así es el nombre de la canción «reyna del inframundo», no es que esté mal escrita la palabra.
Fuentes:
Garza de Koniecki C. (1968), La muerte en la poesía popular mexicana, Actas III, España Centro virtual Cervantes
Mendoza J. (2007), Que viva el día de muertos rituales que hay que vivir entorno a la muerte, Cuaderno No. 16. México: Conaculta
Rubio C. (2006), Día de muertos en México.